Por: Manuel Guerra
Los recientes acontecimientos revelan el agravamiento de la crisis política que vive el país. De este episodio el gobierno de Pedro Castillo sale sumamente debilitado y con escaso margen de maniobra; crece su aislamiento y ganan terreno las voces que reclaman su salida.
Hay que tomar en cuenta que Pedro Castillo apareció como la expresión del cambio profundo al que aspiraba el pueblo peruano. Su elección contó con el respaldo de toda la izquierda y el movimiento popular, asumiendo que el nuevo mandatario iba a tener el coraje de enfrentarse a los grupos de poder, combatir frontalmente a la corrupción, darle otro rumbo a la economía, pelearse por el cambio de la espuria Constitución fujimorista.
No ha sucedido así y los sectores populares, golpeados por la pandemia, el aislamiento, la pérdida de empleos y últimamente por el alza de los precios de los alimentos, han empezado a manifestar su frustración y descontento. Los conflictos sociales estallan en diversos lugares del país y el paro de transportistas ha actuado como un detonante que dispara la protesta en varias direcciones. Se trata de una lucha espontanea, fragmentada, sin una articulación de plataforma, ni una conducción que oriente y centralice las acciones.
Por su parte, la derecha golpista que no pudo lograr la vacancia de Castillo en el Parlamento, ha echado a andar una estrategia desestabilizadora apelando a la calle, montándose oportunistamente en las luchas populares, infiltrando las protestas con provocadores que generan caos y violencia, sacando a movilizar a sus contingentes de los distritos mesocráticos, contando, cómo no, con el soporte de la dictadura mediática a su servicio. Se trata de crear un ambiente de ingobernabilidad, de violencia y miedo, terreno favorable para sus objetivos sediciosos.
La incapacidad de Castillo para afrontar la crisis y resolver los conflictos sociales representa una clara ventaja para la derecha. El error mayúsculo de decretar la inamovilidad para el 5 de abril, fue hábilmente aprovechado por los sectores reaccionarios que obligaron a dar marcha atrás al gobierno, arrinconándolo y debilitando su autoridad.
Nada indica que el gobierno vaya a recuperarse, crece su aislamiento y el descontento popular seguirá manifestándose, en tanto que la derecha continuará implementando su estrategia sediciosa. Pero la derecha, verdadera responsable de la situación por la que pasa el país, tampoco garantiza una solución a la crisis. El Parlamento, igual que el Ejecutivo, concita un abrumador rechazo de la ciudadanía. Si cae Castillo, caerá también el Parlamento y lo más probable es que vayamos a elecciones generales.
Cualquiera que sea el camino que se establezca como salida a la presente crisis política, no significará solución en el corto plazo. La crisis es tan profunda que para resolverla se requieren medidas que ataquen las causas que la originan. Y las causas hay que buscarlas en el modelo neoliberal y la Constitución fujimorista que le da sustento.
Debemos prepararnos entonces para un periodo largo de la crisis, trabajar arduamente por la más amplia unidad de los sectores populares, ganar la correlación de fuerzas favorable a una nueva Constitución, pues solo de ese modo es posible cerrar el ciclo neoliberal y abrir un nuevo rumbo a nuestra patria.