El Perú en la disputa de América Latina

Por: Manuel Guerra Velásquez
(secretario general del Partido Comunista del Perú – Patria Roja)

El 28 de julio de 2021 Pedro Castillo fue proclamado presidente del Perú, tras una dura contienda con la candidata Keiko Fujimori. El primero contó con el respaldo del conjunto de la izquierda y el movimiento popular que reclamaban cambios de verdad, en tanto que detrás de la segunda se coaligaron los sectores neoliberales, la ultraderecha fascistoide, los diversos estamentos y personajes comprometidos con la corrupción. La elección de Castillo generó gran expectativa, aun a sabiendas que se trataba de un personaje que llegó a palacio más por obra del azar, por los errores de campaña de la izquierdista Verónika Mendoza y porque Keiko Fujimori era la peor carta de la derecha. Esta derecha que en primera instancia no aceptó los resultados aduciendo fraude y que luego de la proclamación no ha cejado en la labor obstruccionista, ensayando diversas maniobras para traerse abajo al gobierno, incluyendo el golpe parlamentario y el uso político del Poder Judicial.

El gobierno de Castillo se mostró endeble desde un comienzo y retrocedió a las presiones que desde dentro y fuera del país ejercían los sectores reaccionarios. Su primera concesión fue entregar la cabeza del nuevo canciller, Héctor Béjar, quien apostaba por una política soberana, independiente y de integración latinoamericana y caribeña. Se ganó así el respaldo de la OEA y los Estados Unidos. Asimismo, en política interna no ha marcado una clara ruptura con el modelo neoliberal y sus promesas de campaña, incluyendo la nueva Constitución, permanecen postergadas. A estas alturas, con una correlación política adversa, permanece acorralado y a la defensiva, en medio de una profunda crisis que sacude al país, cuyas consecuencias son nefastas para las grandes mayorías. A continuación, exponemos nuestro punto de vista de la situación actual y los posibles escenarios que se presentan como salida a la crisis.

LA BATALLA POR EL GOBIERNO

Pedro Castillo ha llegado a un año de gobierno como un náufrago cogido a una tabla, sabiendo que la tormenta no menguará y que la playa sea tal vez inalcanzable. La artillería que recibe por parte de la ultraderecha es nutrida y opera desde diversos flancos. Desde el Parlamento con la persistente intentona vacadora, frustrada hasta el momento al no contar con los votos requeridos; desde el poder mediático y su especialidad en operaciones de alcantarilla; desde sectores del empresariado y de las fuerzas armadas; desde el poder judicial, que a la fecha ha acumulado 6 expedientes en contra del presidente, que a la postre pueden resultar letales.

A estas alturas son minoritarios los sectores que creen que Pedro Castillo aun pueda recuperarse y llevar a cabo los cambios prometidos en campaña. A pocos meses de asumir las riendas del gobierno se fueron revelando sus profundas debilidades: no contar con la correlación de fuerzas favorable, la falta de capacidad y preparación para gestionar asuntos del Estado, la inconsecuencia con las banderas de cambio, su falta de iniciativa, el haberse colocado a la defensiva y hacer continuas concesiones a la presión derechista. Finalmente, con el gabinete Valer, fue evidente que había cruzado el Rubicón, se había doblegado y convertido en un gobierno funcional al modelo neoliberal. La derecha, dominando el ministerio de Economía, el BCR, el ministerio de Energía y Minas, el ministerio de Relaciones Exteriores, ha asegurado el continuismo del modelo, dejando a Castillo que lleve a cabo políticas de segundo orden, medidas populistas, ofrecimientos a los más necesitados, que en gran parte no se cumplen.

El mensaje del pasado 28 de julio fue una expresión de esa pérdida de rumbo; a diferencia de el del año pasado, cuando inauguró su gobierno con un mensaje que generaba un nivel de expectativas y esperanzas que las cosas cambiarían en un país sumido en la crisis del Estado, en la corrupción e inseguridad, en la inestabilidad política, desnudado sus falencias por los efectos de la pandemia. Los hechos demostraron que las expectativas populares habían sido burladas nuevamente.

Entretanto, al no haber sido atacada en sus raíces, la crisis multidimensional que afecta al país, continúa profundizándose y llevando a cabo su obra destructiva. No solo el Ejecutivo, también el Congreso, dominado por la ultraderecha, expresa un profundo grado de descomposición, conformando un amasijo de mediocridad, racismo, oportunismo político, en el que los logreros se mueven a sus anchas. En no pocos casos se ha visto cómo las bancadas gobiernistas, se han unido a las de oposición ultraderechista y la variopinta legión de tránsfugas para refrendar la podredumbre.

La consecuencia de todo ello es la profunda inestabilidad política; la incertidumbre, la desconfianza en la política y los políticos, el hartazgo que domina en la mayoría de la población que sufre las consecuencias de la crisis, pero que aún no ve con claridad el camino que conduzca a una salida.

El cerco judicial que se estrecha sobre el presidente, afectando a sus principales operadores y a su núcleo familiar, con el concurso de colaboradores eficaces, puede convertirse en la principal herramienta para lograr su vacancia, destitución o renuncia. Por el momento Castillo ha decidido optar por la victimización, aduciendo que se trata de una ofensiva en contra “del gobierno del pueblo” y pasar al contraataque y la confrontación apelando al respaldo popular para usarlo como un colchón social. Sus viajes al interior del país y sus reuniones en palacio con diversas organizaciones populares tienen ese objetivo.

Tal estrategia se ve favorecida porque quienes son sus principales acusadores, el fujimorismo y sus aliados, no tienen la mínima autoridad moral para acusar de corrupción a nadie; porque el poder mediático, evidentemente parcializado y alimentado por la fábrica de psicosociales de raigambre montesinista, no goza de credibilidad; porque la gente percibe que la justicia trata con puno de hierro al actual mandatario y con guantes de seda a los grandes tiburones de la corrupción que gozan de protección e impunidad. Sin embargo, la estrategia gobiernista tiene puntos débiles. En primer lugar, porque frente a las evidencias de corruptelas la imagen del gobierno inevitablemente se va mellando y se instala la desconfianza en quienes lo apoyaron con su voto; en segundo lugar, y esto es lo más importante, difícilmente Pedro Castillo podrá lograr una amplia movilización popular que defienda su gobierno. Si realmente hubiera estado comprometido con el cambio, desde el inicio de su gestión se hubiera dedicado a gobernar con el pueblo y las fuerzas políticas que le brindaron su apoyo; hubiera consolidado la unidad todos ellos en torno a un plan de gobierno que sintonice con las expectativas populares. Pero no lo hizo. Sus intentos de instrumentalizar a las organizaciones populares a través del “Frente por la Gobernabilidad”, fracasaron. Fracasó también su propósito de organizar su “Partido Magisterial”, intento que echó a andar a la vez que se dedicaba a atacar al SUTEP, legítima organización sindical del magisterio, reconociendo tramposamente en el Ministerio de Trabajo al cascarón denominado FENATEP. Tampoco sacará nada bueno de las maniobras para instrumentalizar a la ANP y a las rondas campesinas con la complicidad de cúpulas e impostores que se prestan al juego a cambio de prebendas.

En este ambiente, mientras la ultraderecha dentro y fuera del parlamento insiste en su estrategia de sacar a Castillo de palacio, y éste calcula si debe o puede cerrar el Congreso, como le exigen en las calles, crece el rechazo a uno y otro de amplios sectores y gana terreno la consigna: ¡Que se vayan todos!

LA CRISIS Y SUS POSIBLES DESENLACES

Conscientes de que está situación debe tener un desenlace a corto plazo, diversos sectores ensayan posibles escenarios y construyen correlaciones para lograrlo.

Los sectores ultraderechistas pretenden sacar a Castillo y a la vice presidenta, Dina Boluarte, que permanezca el Congreso, cuya presidenta asumiría la jefatura del gobierno. Otra variante es que a la salida de Castillo le suceda la vice presidenta y que su culmine el periodo correspondiente. Sectores más al centro, pretendiendo canalizar el humor ciudadano postulan por nuevas elecciones generales, haciendo algunas reformas a la actual Constitución. En el campo de la izquierda no existe unanimidad frente a la salida. Hay quienes aún confían que el gobierno enmendará rumbos y cumplirá sus promesas de cambio, por tanto, hay que brindarle respaldo y exigir el cierre del Congreso. Otros, que consideramos irreversible la claudicación de Castillo, apostamos por una salida que signifique una ruptura con lo establecido, es decir el paso a la refundación de la república a través de una nueva Constitución.

Los sectores de izquierda agrupados en la Coordinadora que ha llevado a cabo dos encuentros nacionales y propuesto un plan para enfrentar la crisis, vienen procesando un nivel de recuperación que hay que saludar. No obstante, existen limitaciones que, de no resolverse, pueden llevar a una acción sin mayor trascendencia en el actual escenario político. La primera de ellas es que gran parte de las organizaciones existentes son organizaciones pequeñas, sin estructuras nacionales ni enraizamiento en las masas, expresión de la fragmentación y el burocratismo que no han sido superados; la segunda es que ninguna de ellas cuenta a la fecha con inscripción electoral, lo que representa un impedimento legal para disputar en ese terreno en caso de una convocatoria a elecciones en el corto plazo. En este aspecto, asimismo, se expresa el sectarismo y la estrechez de miras dominante, pues en vez de un esfuerzo colectivo para lograr la inscripción, varias organizaciones han optado por un camino propio. En tercer lugar, las ya mencionadas diferencias respecto a la posición que hay que tomar frente al gobierno.

EL CAUDILLISMO EN ESCENA

El Perú es un país con fuerte tradición caudillista, fenómeno que se ha hecho presente desde el proceso de independencia y ha marcado desde entonces la historia contemporánea. A inicios de la república cobró fuerza ante el vacío de representación orgánica de la burguesía para construir y gestionar un nuevo Estado, liquidando las relaciones de producción, la institucionalidad y la cultura heredados de la colonia. Inevitablemente los primeros caudillos surgieron de los mandos militares que se habían prestigiado en la gesta independista, pero con el correr de los años surgieron también caudillos civiles, aunque mayoritariamente dependiendo del apoyo cuartelario. En términos culturales el caudillismo se alimenta de una herencia ancestral que se ha arraigado con el paso de los siglos: la búsqueda de un inca, un mesías, un personaje salvador que saque de la desgracia a los más necesitados.

En épocas de crisis y ante la ausencia de proyectos políticos consistentes, el caudillismo cobra mayor fuerza. Alberto Fujimori apareció como salvador en medio de la crisis que sobrevino con el primer gobierno aprista, ante la frustración del pueblo izquierdista con el derrumbe de IU, ante el temor de la población frente al terrorismo senderista y la guerra sucia, frente al miedo que generó el anuncio del candidato Vargas Llosa de imponer el shock como medida urgente. En los últimos procesos electorales han irrumpido caudillos regionales —Cerrón es uno de ellos— que enfilan contra el centralismo y lo que denominan “políticos tradicionales”, la “izquierda limeña” o la “izquierda caviar”. Estos caudillos enarbolan un discurso aparentemente radical, lenguaje y gestos que enganchan con los sectores populares.

En el intenso proceso de reacomodos políticos y agudización de la lucha de clases que acompaña a la crisis y sus posibles escenarios de desenlace, es inevitable que el caudillismo se haga presente y se gane un espacio, sobre todo ante las debilidades señaladas en las representaciones de izquierda. Antauro Humala, recientemente puesto en libertad después de cumplir condena de 17 años, irrumpe con fuerza en el escenario enfilando contra derecha e izquierda, enarbolando un discurso autoritario, xenofóbico, machista, incluso fascistoide. Las simpatías que genera, incluso en algunos sectores de izquierda, indican que si la izquierda no se recupera y le opone un liderazgo consistente, puede terminar canalizando el descontento y las aspiraciones de cambio de importantes sectores de la población.

EL MOVIMIENTO POPULAR

En situaciones de crisis como la presente, en determinado momento el movimiento popular explota de manera espontánea con inusitada fuerza. Si existen organizaciones políticas enraizadas en las organizaciones de base, actuantes en el escenario, con una adecuada lectura de la realidad, propuestas y liderazgos coherentes, es posible canalizar ese movimiento hacia un nivel de ruptura con lo establecido, caso contrario, el movimiento espontáneo puede apagarse, debilitarse, incluso ser absorbido y canalizado hacia posiciones autoritarias y reaccionarias. La acumulación política y social de los 70 del siglo pasado, que obligó al retiro de la dictadura de Morales Bermúdez, la convocatoria a elecciones y que tuvo su punto culminante en la formación de Izquierda Unida y en la ANP que se reunió en Villa El Salvador, al fracasar estas dos experiencias se desmoronó, lo cual fue aprovechado por Alberto Fujimori, el caudillo de turno, para echar raíces en los sectores populares.

Entonces, antes de la obra destructora del neoliberalismo, existía un tejido social en el campo y la ciudad. Poderosas federaciones y organizaciones sindicales daban consistencia a la CGTP; en el campo la CCP, CNA, las rondas campesinas organizaban, educaban y movilizaban a los sectores rurales; el movimiento estudiantil y barrial estaban en su apogeo; las expresiones culturales, académicas, artísticas, mayoritariamente se definían por la izquierda y el socialismo. Hoy la realidad es distinta; el aparato productivo ha sido quebrado y con ello muchas organizaciones sindicales han desaparecido. La represión y los valores individualistas y pragmáticos fueron herramientas para lograr la disgregación social. El neoliberalismo provocó una legión de desocupados y, con ello, el incremento de la informalidad, las actividades de sobrevivencia, el emprendedurismo individual. En la actualidad, con los efectos, además, de la pandemia, la informalidad bordea el 80% de la PEA; del 20% restante de trabajadores adecuadamente empleados, solo el 5% está sindicalizado. El gran reto entonces es cómo se llega y se organiza a esa gran masa de trabajadores que actualmente están dispersos en la actividad informal y que no cuentan con los elementales derechos laborales.

Gran parte de los conflictos sociales que provoca el modelo se ubican en las áreas rurales y están asociados a problemas medioambientales que son consecuencia de la reprimarización de la economía peruana, cuyo peso se concentra en las actividades extractivas, en especial la minería. También se desarrollan luchas en diversos lugares del territorio nacional protagonizadas por los transportistas, agricultores, regantes, el magisterio, construcción civil, trabajadores del Estado, colectivos por derechos civiles, etc. Pero aun se trata de luchas parciales, sin adecuada centralización en torno a una plataforma y medidas de lucha comunes.

El movimiento popular más importante de los últimos años se dio en plena pandemia, en noviembre de 1920, como respuesta al golpe parlamentario encabezado por Manuel Merino en contra del presidente Martín Vizcarra. Se trató de una lucha democrática y no de respaldo a Vizcarra, movimiento masivo en el que los jóvenes tomaron las calles y el conjunto de la población que no podía salir apoyaba desde sus casas con cacerolazos y que se fue radicalizando hasta reclamar el cambio de Constitución. Con la renuncia de Merino, cuatro días después de haber juramentado como presidente, el estallido popular se desinfló, notándose a las claras su carácter espontáneo y la ausencia de una orientación que le diera continuidad.

En lo que va del gobierno, las luchas populares vuelven a caracterizarse por su fragmentación,  falta de unidad y centralización, situación que se acentúa debido a las diferencias en las posiciones sobre el gobierno, como se ha reseñado líneas arriba, resultando claro que tanto la derecha golpista, como el gobierno de Pedro Castillo pretenden usar a los sectores populares para llevar agua a sus molinos. La CGTP y la ANP son las principales organizaciones llamadas a centralizar a las organizaciones populares, la primera en el ámbito sindical, la segunda, como expresión de democracia directa, como factor aglutinante de la diversidad de organizaciones sociales, políticas, culturales y étnicas del país.

EL DESAFÍO DE ABRIR UN NUEVO RUMBO PARA EL PAÍS

El Perú actual atraviesa por la tormenta perfecta en la que confluyen diversas crisis: de coyuntura e histórica; de gobierno y régimen político; del Estado y valores neoliberales; crisis de la salud y la seguridad ciudadana; crisis interna en la que inciden factores internacionales. El agotamiento de la república fundada en 1821, coincide con el fracaso del neoliberalismo, la descomposición del Estado y la sociedad construidos bajo sus parámetros. No se trata únicamente de la crisis del gobierno de Pedro Castillo, ni del Congreso actual; se trata de las consecuencias de 30 años de neoliberalismo y de 200 años de una república de espaldas al país y a los sectores populares; de la dominación imperialista y el carácter colonial de las clases dominantes.

Cerrar este ciclo histórico y abrir un nuevo rumbo a nuestra patria no se va a lograr con la vacancia de Castillo o el cierre del Congreso. Ninguna medida de coyuntura, menos las posiciones negacionistas y nihilistas que se quedan en la protesta sin proponer salidas, sirve para encarar la una crisis de la magnitud que tenemos. Por ello persistimos en el planteamiento de construir una corriente amplia y diversa, expresión de una correlación de fuerzas favorable a una nueva Constitución refundadora de la república. Esta es (debe ser) la tarea más importante de la izquierda y el progresismo en la actualidad; con esa mirada debemos reconstruir los espacios unitarios, desarrollar la visión de país por el que bregamos, acompañar las luchas populares. Solo así estaremos en condiciones de disputar el escenario político con la ultraderecha, con la ambigüedad del centro político, con las expresiones persistentes del caudillismo.

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