Preservar la naturaleza y la independencia política de las rondas campesinas

Por: Manuel Guerra

Las rondas campesinas aparecieron en escena en los años 70 del siglo pasado, en la provincia de Chota, de la región Cajamarca. Nacieron como una respuesta del campesinado frente a la incapacidad del Estado para combatir el abigeato, que actuaba con impunidad, alevosía y complicidad de las autoridades locales.

Cuando los campesinos comprobaron que nada podían esperar de las autoridades, decidieron tomar en sus manos la solución a ese problema. Entonces se organizaron en rondas, establecieron turnos de vigilancia y se dedicaron a cazar a los delincuentes. Al principio entregaban al ladrón a las autoridades policiales, pero cuando comprobaron que a los pocos días los abigeos estaban libres y volvían a las andadas, decidieron impartir justicia por sí mismos. Sin ser conscientes de ello, estaban dando forma a una expresión de democracia directa y embrión de poder popular, posible únicamente cuando las instituciones del orden establecido se muestran incapaces de afrontar los problemas que aquejan a la población.

La justicia rondera se mostró mucho más efectiva y expeditiva que la ordinaria. Al abigeo capturado se lo castigaba con unos cuantos azotes, se le encaraba públicamente su conducta delictiva, se le hacía prometer no reincidir en el delito y se lo obligaba a trabajar y a rondar por diversas instancias durante un periodo, luego del cual era liberado. La gran mayoría resultaba reeducado y al cabo de algunos años el abigeato desapareció de la provincia.

Los campesinos comprobaron la extraordinaria utilidad de las rondas; de ese modo acudieron a ellas no solo para combatir abigeos, sino también para resolver problemas y litigios de diversa índole, incluyendo los referidos a la propiedad y los de origen familiar y conyugal. No solo eso, en asambleas en las que participaban toda la población, solucionaban en unas cuantas horas antiguas controversias entre las propias comunidades, lo que no había podido lograrse en años de juicios, trámites burocráticos, desembolsos de dinero, con la intervención de abogados, jueces y fiscales.

Este ejemplo se extendió rápidamente por todas las provincias de la región Cajamarca; a su imagen y semejanza se crearon rondas en la sierra de La Libertad, de Piura, de Lambayeque, de Amazonas; llegaron a las cálidas tierras de San Martín, a los valles de Jauja, a las frías alturas de Puno.

Las rondas campesinas no se quedaron en el combate a la delincuencia y la administración de justicia; en su momento se convirtieron en sólidas defensoras de la naturaleza, la ecología y el medio ambiente, enfrentando la irracionalidad con la que las grandes empresas saquean a los recursos naturales a través de las actividades extractivas. El liderazgo de los ronderos cajamarquinos que se colocaron a la cabeza de la lucha contra el proyecto Conga, representa uno de los episodios épicos más importantes de los movimientos populares de los últimos años. Una gesta heroica y multitudinaria que ejemplifica la fuerza del pueblo organizado, consciente y dispuesto a la lucha.

Asimismo, durante la pandemia las rondas campesinas han demostrado su efectividad para la prevención y el combate a la enfermedad, a la vez una sólida organización de solidaridad, en momentos en que lo colectivo se vuelve imprescindible para enfrentar las calamidades.

Lamentablemente no todos comprenden la naturaleza de las rondas campesinas y el potencial que representa. Desconociendo su raigambre de democracia directa y embrión de poder popular, algunos sectores se han dedicado a manosear al movimiento rondero, usándolo para sus propios fines, tal como ocurre con algunas ONGs, con entidades del Poder Judicial y con determinados personajes políticos. De este modo se han generado fisuras y divisiones, se han corrompido dirigentes, se ha lesionado su independencia política. Es patente el inmenso daño que causó Gregorio Santos a las rondas de Cajamarca, en su afán de tener un soporte social alineado con sus ambiciones electoreras. En la última elección presidencial el candidato Pedro Castillo se presentó como rondero, y obtuvo el apoyo de este sector. Ya en palacio se ha olvidado de sus promesas electorales, pero se ha dedicado, con la complicidad de algunos dirigentes e impostores que fungen de ronderos y asesores, a usar a las rondas campesinas como escudo en su enfrentamiento contra la derecha que intenta vacarlo.

No es malo que las rondas campesinas y el conjunto de organizaciones populares se preocupen por los problemas del país, se involucren en los temas políticos, que sus miembros militen en los partidos; lo que no es correcto es que se manosee a los ronderos, se los use de manera pragmática, se pretenda un compromiso corporativo lesionando su carácter plural, independiente y de frente único. Tal manoseo conduce a la división de las rondas y trunca su desarrollo de organismo de democracia directa y potencialidades de poder popular. Los ronderos y ronderas de las diversas regiones del país sabrán defender el carácter genuino de sus organizaciones y saldrán airosos de este nuevo reto.

En momentos en que la descomposición del orden establecido se hace patente, la organización popular, como las auténticas rondas campesinas se levantan como alternativa de renovación y regeneración moral.

¡Otro Perú es posible, unidos podemos lograrlo!

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