Puno

Por: Manuel Guerra

El Perú se desangra por esa herida abierta que se llama Puno. Por allí sale ahora el grito de rebeldía para sacarnos del letargo y recordarnos que vivimos en un país de injusticias ancestrales, que nuestra nación nunca acabó de construirse, que permanecen la exclusión, el abandono, el racismo, el centralismo, el patrimonialismo, la corrupción, y que la democracia es solo un espejismo.

Ahora, igual que siempre, burlándose del dolor y las muertes que nos enlutan, las clases dominantes justifican sus crímenes apelando a relatos estrambóticos, inventando fábulas que solo los imbéciles se tragan. A algún especialista en psicosociales se le habrá ocurrido culpar de este desmadre a Evo Morales; a otro, señalar que todas las acciones están siendo digitadas por Pedro Castillo desde la prisión; a otro, echar mano al discurso terruqueador y anticomunista. Y la sicaria Dina Boluarte lo repita con lágrimas en los ojos; el inefable Otárola recita el libreto arrugando el entrecejo; el fujimorismo lo corea; los mermeleros del poder mediático lo repiten hasta el cansancio, mientras que los mandos policiales y militares ordenan rastrillar las armas.

Esta gente pretende que creamos que todo está bien, que vivimos en el país de las maravillas al que hay que defender a punta de bala, poniendo en su sitio al puñado de revoltosos y agitadores profesionales que se empeñan en destruirlo.

No quieren ver que están aflorando fuerzas que permanecieron soterradas; que la vacancia de Castillo destapó la presión de un descontento acumulado; que la gran mayoría de peruanos y peruanas no acepta vivir en un país hecho a medida de los intereses de la gavilla que lucra con el saqueo de los recursos naturales, con la sobreexplotación de los trabajadores, con la exclusión de las grandes mayorías del campo y la ciudad.

La presente lucha del pueblo peruano, en la actualidad encabezada por Puno y las regiones de la Macrosur, por las banderas que levanta, la extensión y profundidad de su convocatoria, representa una gran oportunidad para construir el colectivo histórico, papaz de cerrar un ciclo y abrir paso a un país en el que el pueblo tome las riendas de su destino. Esta lucha será larga, no tendrá un avance rectilíneo, ni se agota en las salidas de coyuntura.

De las demandas populares: la renuncia de Dina Boluarte, el cierre del Congreso, adelanto de elecciones y asamblea constituyente, es esta última, concebida como un acto de refundación republicana, la que le otorga un valor estratégico a la lucha, pues ataca las causas profundas de la crisis. Sin ella, la derecha va a recomponer las cosas a su favor, incluyendo una salida de mayor autoritarismo y dictadura, las maniobras para excluir de los procesos electorales a las fuerzas de la izquierda y el progresismo, que a la fecha no superan sus problemas de fragmentación y débil enraizamiento en los sectores populares.

Por ello la necesidad de que en este proceso se vayan fortalecimiento las organizaciones populares, construyendo desde las bases la Asamblea Nacional de los Pueblos (ANP), que se vayan afirmando los liderazgos alternativos, que se reconstruya la unidad de la izquierda de abajo a arriba, colocando como centro el proyecto de país al que aspiramos, aspecto que el debate constitucional debe ayudar a diseñar.

La sangre de los mártires populares no ha sido derramada en vano. Alimenta la conciencia, la esperanza y la convicción de que otro Perú es posible y que con unidad, con lucha y claridad de objetivos podemos lograrlo.

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