Por: Manuel Guerra
Es sabido que en los primeros años del siglo pasado, al interior del Partido Obrero Social Demócrata de Rusia (POSDR), fundado en 1898, se desarrolló una polémica, que en un principio parecía intrascendente, pero que pronto discurrió hacia torrentes irreconciliables, trascendiendo en el ulterior camino de la revolución, en la construcción del socialismo, en las experiencias diversas de los partidos marxistas de todo el mundo. Se trataba de la relación entre conciencia y espontaneidad, en un contexto de auge del movimiento huelguístico obrero y cuando Lenin se esforzaba en consolidar y unificar a la organización partidaria, inicialmente conformada por la confluencia de los círculos marxistas desperdigados en el dominio de los zares; en dotarle de un programa, principios organizativos, definir la actuación política respecto al zarismo, cuestiones que no había resuelto el congreso fundacional.
Entonces, al interior de estos sectores, surgió una corriente, en un principio conocida como los economistas, encabezada por Krichevsky y Martínov, quienes, desde las páginas de Rabócheie Dielo (La causa obrera) enfilaron contra las posiciones leninistas difundidas en Iskra (La chispa). En síntesis, los economistas sostenían que el movimiento espontáneo, cuya forma de lucha principal era la huelga, se bastaba a sí mismo para adquirir conciencia revolucionaria y, por tanto, era innecesaria la labor del Partido. En 1902 Lenin publicó el ¿Qué Hacer?, texto fundamental, dedicado en gran parte a diseccionar la argumentación de los economistas, revelar su carácter de clase, las consecuencias de su influencia en el movimiento revolucionario y, junto a ello, colocar las vigas maestras de la construcción del partido comunista.
El espontaneísmo, como pasó a denominarse a esta corriente, constituye el factor más pernicioso dentro del movimiento revolucionario y es la matriz ideológica de un conjunto de desviaciones, pues tiene que ver con la relación entre conciencia y espontaneidad, lucha reivindicativa y lucha política, teoría y práctica, idealismo y materialismo, intelectuales y obreros, reforma y revolución, entre otros.
El espontaneísmo, al negar el papel del partido en la adquisición de conciencia revolucionaria de la clase obrera; soslayar su función de vanguardia, de conductor, educador, organizador de esta clase y del conjunto de sectores explotados para luchar por el socialismo, en los hechos los entrega a los brazos de la burguesía, impide que tomen conciencia al reducirse a la lucha económica o, en el mejor de los casos, al reformismo político, pues nunca sale de los límites que impone la burguesía. El arsenal economicista, gremial o espontaneísta es absolutamente insuficiente para derrotar a la burguesía, su ideología convertida en sentido común, su hegemonía lograda con el concurso de formidables aparatos ideológicos, como son la Iglesia, el sistema educativo, las fundaciones de investigación, la industria cultural, los grandes medios de comunicación.
Lenin señalaba que el culto a la espontaneidad lleva al sometimiento ideológico de los obreros a la burguesía, y que el espontaneísmo era un concepto revisionista pues, en última instancia, significa una renuncia al socialismo, y que “Todo lo que sea prosternarse ante la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea rebajar el papel del elemento consciente, el papel de la socialdemocracia, equivale —con absoluta independencia de la voluntad de quien lo hace— a fortalecer influencia de la ideología burguesa sobre los obreros”. Cuestión que choca frontalmente con los fundamentos del marxismo.
No es que Lenin negara la importancia del movimiento espontáneo, o de la espontaneidad de las masas; de hecho, afirmó que el partido es la fusión del movimiento obrero con el socialismo; la conciencia socialista encontrará las mejores condiciones para enraizarse en un movimiento obrero en ascenso, amplio y profundo, lo que a su vez exigirá una mayor preparación teórica del Partido para responder a la complejidad de la lucha obrera, conducirla hacia el terreno de la política revolucionaria. Tal es la misión del Partido. Para el marxismo las masas hacen la historia, son protagonistas de los grandes cambios; el partido no solo dirige, también aprende de las masas, se preocupa y acompaña sus luchas concretas desde la perspectiva de sus intereses históricos.
El Amauta José Carlos Mariátegui bebió de las fuentes leninistas. Durante su estadía en Europa (1919-1923) conoció de cerca el movimiento obrero y la efervescencia revolucionario que se desarrollaba en el viejo continente al influjo de la Revolución de Octubre; asimila el marxismo y retorna al país con el firme propósito de dar vida al socialismo peruano. La fundación del Partido Socialista es el corolario de una intensa labor intelectual, política, organizativa y de masas que lleva a cabo con tal propósito.
Mariátegui si sitúa en las antípodas del espontaneísmo; su participación en la universidad popular Gonzáles Prada, la publicación de las revistas Amauta y Labor, sus trabajos de investigación de la realidad peruana, su intensa actividad cultural e intelectual forman parte indesligable de su labor revolucionaria, están orientadas, tomando en cuenta las particularidades de nuestro país, a difundir el pensamiento socialista, generar conciencia entre los trabajadores. Va a la clase obrera como un conductor político, sin rebajarse jamás al movimientismo, defiende sus ideas con convicción, salda cuentas con una forma de espontaneísmo, que es el anarquismo; hace lo propio con las posturas reformistas, otra expresión del espontaneísmo, que representaba Haya de la Torre; no en vano ambas corrientes tenían en común su oposición al pensamiento marxista y a la organización política de carácter leninista.
La prematura muerte del Amauta truncó este rico y extraordinario proceso que lleva su huella. Con su desaparición física, en ausencia de cuadros formados, capaces de continuar su obra, el espontaneísmo creció como la mala hierba y se manifestó en sus variantes izquierdistas y reformistas.
El espontaneísmo tampoco ha sido erradicado de las filas del Partido, aun cuando hace varios años que hemos tomado la decisión de retomar el camino abierto por Mariátegui. A diferencia de la época de Lenin, en el presente nadie defiende abiertamente el espontaneísmo; esta desviación se camufla y esconde detrás de la aceptación formal del marxismo-leninismo, el pensamiento del Amauta y los acuerdos partidarios, pero en los hechos actúa y se reproduce con mayor fuerza de lo que imaginamos. Convertir la labor sindical en una labor sindicalera, la labor electoral en una labor electorera, cuestionar el papel y la autoridad del Partido, romper su institucionalidad y hacer una labor de intriga para lesionar la autoridad de sus organismos dirigentes, son expresiones crudas de espontaneísmo, como lo es perder de vista el objetivo estratégico y convertir en fines las fases intermedias.
El IX Congreso Nacional lo ha identificado como uno de los principales problemas ideológicos a resolver. La campaña de reordenamiento acordada no podrá concretarse si no derrotamos en toda línea al espontaneísmo. Para ello hay que realizar un esfuerzo muy grande con el propósito de lograr una mayor asimilación del marxismo-leninismo, del pensamiento de Mariátegui y del acervo teórico del Partido. Es solo desde esta esfera, de la conciencia socialista, que podemos y debemos derrotar sin atenuantes al espontaneísmo, combatiéndolo como lo que es: una desviación revisionista.