De soñadores a sepultureros

Por: Manuel Guerra

En los años 90 del siglo pasado la ofensiva neoliberal se cernió como una tormenta oceánica en la que muchas organizaciones de izquierda zozobraron, no pocos de los náufragos perdieron la brújula, se dejaron ganar por el pánico o el pesimismo y sucumbieron; hubo quienes llegaron a la orilla y pasaron a la pasividad; otros terminaron convertidos en renegados y voluntariosos acólitos del nuevo credo. Los años han pasado, y de cuando en cuando aparecen esos viejos fantasmas que en su juventud abrazaron la militancia izquierdista y soñaban con un mundo nuevo, y que después de la derrota se volvieron “realistas”, tomaron su distancia, asumieron un cómodo escepticismo y se refugiaron en el limbo, desde el cual ofician de sepultureros de quienes persisten en el camino del que ellos desertaron.

Uno de estos palafreneros es Rodrigo Núñez Carvallo, quien, en el último número del semanario Hildebrandt en sus Trece se ha sumado a la cuadrilla de enterradores de Patria Roja, partido que fue el que mejor parado salió de la tempestad neoliberal, y que, pese a los golpes y dificultades, resistió sin arriar las banderas socialistas y mantuvo lo fundamental de sus estructuras.

Para conseguir sus propósitos, Rodrigo Núñez recurre a la simplonería y deshonestidad intelectual, tan común en estos tiempos. Sin darse el trabajo de estudiar el proceso de construcción de las organizaciones de izquierda, el contexto en que se desarrollaron, su relación con las organizaciones populares, sus influencias ideológicas, sus avances y retrocesos, sus errores y virtudes, sus éxitos y fracasos; el columnista reduce, en el caso de Patria Roja, al papel (que él distorsiona prejuiciosa y alevosamente) de Alberto Moreno y Horacio Zevallos.

Desconoce u oculta el hecho de que Patria Roja, luego de la VI Conferencia Nacional que significó la ruptura Con Saturnino Paredes, quedó reducida a un núcleo pequeño de militantes, quienes asumieron la política de ir a las masas y se desplazaron a las diversas regiones del país a construir el Partido en el seno de las organizaciones populares, lo cual fue decisivo para el rápido crecimiento del Partido, en un contexto de auge del movimiento popular y expansión de las ideas de izquierda a escala mundial.

Ganado por su antipatriarrojismo o evidenciando una supina ignorancia, Núñez Carvallo afirma que Patria Roja en aquel periodo “ascendió rápidamente pese a sus carencias educacionales y su nula presencia en las protestas populares”. No se detiene a explicar la qué se debió ese “rápido ascenso”. En realidad, la voluntad y sacrificio de sus militantes que asumieron la línea de masas, y la correcta orientación política que calzaba con el sentimiento de las organizaciones populares. No solo en el magisterio, Patria Roja también se insertó en las rondas campesinas, el movimiento estudiantil, sectores obreros y movimientos barriales. Contribuyó, al calor de la lucha, en la formación de los frentes de defensa (Fedips) y las asambleas populares, y estuvo en primera fila en las batallas que se libraban en el campo y la ciudad, en todo el territorio nacional. Por cierto, que Patria Roja no fue la única organización de izquierda que se volcó a las masas y a las luchas populares; fueron millares de militantes izquierdistas de todas las tiendas que se entregaron al combate; inmersos en esa dinámica, se forjaron los cuadros y liderazgos que dominaron el panorama político de la izquierda hasta la década de los 80.

Tampoco es cierto que Horacio Zeballos fuera el único artífice de la presencia de Patria Roja en el magisterio. Quienes conocen la historia saben que la acción de la militancia del Partido fue decisiva en la formación del SUTEP. En el congreso fundacional del sindicato, en 1972, en el Cusco, a la hora de elegir a su primer secretario general, la votación estuvo equiparada entre Horacio Zaballos y el candidato de Patria Roja, Néstor Sánchez Vicente. El desempate se produjo cuando Sánchez Vicente votó por Horacio y éste votó por sí mismo. Horacio después se incorporó a la militancia de Patria Roja y fue un excelente y consecuente dirigente, gran orador y líder carismático. Junto a él estuvieron un conjunto de otros dirigentes capaces, a los que Núñez Carvallo llama despectivamente “dirigentes magisteriales de vago renombre y pocas luces”; los mismos que sufrieron persecuciones y carcelería, al igual que Horacio, y que supieron tomar la posta y dirigir las huelgas en momentos que Horacio estaba en prisión y, posteriormente, cuando falleció prematuramente.  

Núñez Carvallo pretende explicar las dificultades actuales y decretar la muerte de Patria Roja, aislándola de la derrota que sufrió el conjunto de la izquierda a inicios de los 90; aún peor, responsabiliza de todo ello a lo que hizo o dejó de hacer una sola persona: Alberto Moreno. Nuevamente nada de análisis de la realidad, del proceso, el contexto que hay que tomar en cuenta para ubicar y juzgar el papel de las individualidades.

Debería referirse, por ejemplo, al escenario de alta complejidad que significó para la izquierda la década de los 80; situación que, como un colectivo unitario, no supo entender ni actuar en consecuencia.  A inicios de la década se había conformado Izquierda Unida, que fue la cúspide un proceso de acumulación política, social y cultural de varias décadas. Sin embargo, este enorme logro duró poco; IU implosionó como consecuencia de la estrechez de miras de sus integrantes que, en lugar de poner en primer lugar su responsabilidad con los sectores populares y con los destinos de la patria, se enfrascaron en disputas intestinas cargadas de ideologismo y dogmatismo, en luchas por el control de las dirigencias sindicales y populares, en riñas por cuotas de poder y representación electoral.

Sendero Luminoso había irrumpido con sus acciones terroristas a inicios de la década, lo que significó, primero, una presión sobre determinados sectores de la militancia izquierdista que seguían apostando por la lucha armada, y, después, el temor y el ocultismo, cuando la izquierda se encontró entre dos fuegos y sufrió las consecuencias de los crímenes senderistas sobre sus dirigentes y militantes, por un lado, y, por otro, de la guerra sucia que se desató desde el Estado. Por su parte, el movimiento popular ingresó a una fase de repliegue luego del fracaso del esfuerzo unitario que significó la Asamblea Popular de Villa El Salvador. En esa misma década se derrumbó la ex URSS, lo que significó un duro golpe a las corrientes de izquierda de todo el mundo, dando lugar a una ofensiva sin precedentes contra el socialismo.

Patria Roja fue un partido actuante en este escenario; se constituyó en una barrera para el avance de Sendero Luminoso en los sectores populares, y en represalia las huestes de Abimael Guzmán asesinaron a numerosos de sus militantes; a su vez, combatió a los gobiernos de Belaúnde y Alan García que habían desatado la guerra sucia y que, sacando provecho del terrorismo senderista, enfilaron sus ataques contra los partidos comunistas y todo lo que significara socialismo.

Patria Roja ha asumido, en lo que le corresponde, sus responsabilidades en los errores y aciertos de la izquierda durante aquel periodo, y en el VIII y IX Congresos Nacionales ha hecho una autocrítica profunda y sin ambages, la misma que figura en nuestros sitios oficiales, y que el Sr. Núñez Carvallo hubiera debido consultar si no se hubiera dejado ganar por las anteojeras políticas, las poses de sabelotodo o la pereza intelectual.

Definitivamente, la odiosidad de este personaje hacia Patria Roja, no es reciente. Es el rescoldo de su incurable sectarismo que lo lleva a desconocer el papel jugado por el Partido, a negarle cualquier mérito a sus dirigentes. Sobre lo que execra en relación a Patria Roja, Alberto Moreno y la Derrama Magisterial, ni siquiera vale detenerse; ya no se trata de un tema político, sino de afirmaciones calumniosas que deberían tratarse en el ámbito del derecho y la justicia. El sepulturero seguramente olfatea su propia putrefacción; ni siquiera nos ocuparíamos de responderle si su mediocre columna no se hubiera colgado del prestigio logrado por la revista de César Hildebrandt.

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