Por: Manuel Guerra
Varias veces nos hemos referido a la descomposición moral que acompaña al modelo neoliberal, la degradación que provoca en la política, el peligro que sus valores se filtren en las filas de la izquierda y el movimiento popular. La ideología neoliberal lleva al extremo los antivalores del capitalismo, expresa con nitidez su decadencia, derriba las barreras morales abonando el terreno para que se desboquen la corrupción y la criminalidad en sus diversas expresiones.
Asumiendo el individualismo extremo en detrimento de lo colectivo, y el pragmatismo maquiaveliano de “el fin justifica los medios” en contra de una postura de principios, el neoliberalismo ha impuesto el “todo vale” como mecanismo para conseguir los objetivos. De este modo se han arrasado las conquistas laborales para sobreexplotar a los trabajadores, se ha procedido al saqueo de los recursos naturales sacrificando al medio ambiente y las formas de vida de las poblaciones campesinas y nativas, se despoja a las mayorías de su derecho a la salud y educación para favorecer negocios privados.
El neoliberalismo ha vaciado de contenido a la democracia, ha pervertido la política, convertido a los partidos en vientres de alquiler y paraderos de tránsfugas; ha hecho del prebendismo y asistencialismo prácticas perversas para manipular a los más necesitados. Junto a ello fomenta el amarillaje y corrupción de dirigentes sindicales, promueve la división de las organizaciones populares, realiza campañas sistemáticas en contra de los partidos de izquierda que no se someten a sus designios, en particular en contra de los partidos comunistas.
Quienes, desde la izquierda y el campo popular, no entienden la dinámica de la lucha de clases y se dejan seducir por los cantos de sirena de la derecha, en la creencia que de ese modo se logran conquistas, sustituyendo la lucha de masas por los lobbies y negociaciones en las alturas, inevitablemente terminan renegando de los principios, considerando la organización y disciplina partidista un peso incómodo, el sindicalismo de clase en una frase sin sentido. Por esa vía inexorablemente se desciende al oportunismo y a la traición.
Si los grandes luchadores del pueblo hubieran asumido ese comportamiento no habrían sufrido persecuciones, carcelerías, torturas y muertes; no habrían tenido que hacer grandes huelgas y jornadas de lucha; no hubieran sido despedidos ni vilipendiados. Entonces seríamos un pueblo miserable, sometido, sin dignidad, sin ideales ni ejemplos que nos enseñen y den fortaleza. Felizmente no es así. Mariátegui pesa mucho más que el traidor Ravines, y Horacio Zevallos y la heroica trayectoria del SUTEP pesan mucho más que un puñado de oportunistas de dos al cuarto que hoy trafican con su nombre.
Una vez más debemos aclarar que el comportamiento político de la actual dirigencia del SUTEP no compromete al Partido Comunista del Perú – Patria Roja. Nuestro Partido tiene bien clara su posición de confrontación frente al neoliberalismo y sus representantes corruptos y golpistas en el Congreso; de independencia política y oposición al gobierno de Pedro Castillo; trabajamos por la más amplia unidad de la izquierda y el progresismo y no avalamos candidatura alguna que provenga de nuestros enemigos de clase.