Por: Manuel Guerra
La poderosa maquinaria mediática de Estados Unidos y sus aliados pretende polarizar la situación que se vive en Venezuela entre democracia y dictadura. Por supuesto, las potencias occidentales arrogándose el papel de flamígeros defensores de la democracia y confinando a Maduro al papel de dictador, sátrapa y asesino, al que hay que derrocar por cualquier medio, incluido la intervención armada y el asesinato. No es fantasía, es el libreto que pone en marcha el imperialismo, tal como ocurrió en Irak y Libia, por solo citar dos casos, países que destruyeron y llenaron de cadáveres para apropiarse de sus recursos y mantenerlos bajo su órbita, en nombre de la sacrosanta democracia.
Para nadie es un secreto que la revolución bolivariana encabezada por Hugo Chávez, significó un verdadero dolor de cabeza para los Estados Unidos. No podían tolerar su postura antimperialista y de integración soberana de los países latinoamericanos y caribeños, la defensa de sus recursos petroleros, su definición socialista, en papel que jugó, junto a Fidel Castro, para oponerse al neoliberalismo y frustrar el proyecto del ALCA; el ejemplo para otros países en lo que consideran su patio trasero. La muerte de Hugo Chávez no significó el cambio de rumbo de la revolución bolivariana; para desgracia de sus oponentes, el proceso continuó con Nicolás Maduro, cuyo gobierno se sustenta en el amplio respaldo del pueblo organizado y de las fuerzas armadas.
El imperialismo norteamericano se ha embarcado, con la complicidad de sus socios europeos y el concurso de sus vasallos en esta parte de continente, en una campaña permanente, implacable, para derrocarla, echando mano a la ofensiva mediática, al bloqueo económico, a la acción de sicarios y paramilitares, intento de asesinato a sus líderes, alentando golpes de Estado, instrumentalizando a la OEA, creando bloques adversos, como el Grupo de Lima, accionando a través de la frontera con Colombia, financiando y fortaleciendo a la oposición interna, intentando deslegitimar los procesos electorales venezolanos para colocar a fantoches, tal como intentaron hacer con Juan Guaidó.
Cuba y Venezuela son los mayores enemigos que tiene el imperialismo norteamericano en América Latina y El Caribe. A sus gobiernos los cataloga como dictaduras y en nombre de la democracia interviene en sus asuntos internos de manera prepotente y abusiva, echando mano a los métodos más infames que nada tienen de democráticos. Pretenden ahora que en las recientes elecciones de Venezuela se ha consumado un fraude, echando humo con el tema de la entrega de las actas, desconociendo la imparcialidad del órgano electoral venezolano. En realidad, están creando las condiciones, preparando a la opinión pública mundial, para justificar un golpe con la intervención de paramilitares, sicarios y mercenarios.
Democracia o dictadura, a la manera cómo lo plantean los sectores reaccionarios y ciertos progresismos que hacen de caja de resonancia, no es lo que se juega en Venezuela. Está en juego la independencia de ese país o el paso a una situación de subordinación por el imperialismo y sus socios, el saqueo de sus recursos naturales, en especial el petróleo, su conversión en una ficha favorable a sus manejos geopolíticos. Lo democrático es el respeto a la voluntad popular expresada en las urnas y confirmada por el órgano electoral, sin injerencias ni presiones de ningún tipo. Lo democrático es emplazar a Estados Unidos para que cese su injerencia en nuestros países, exigirle el cese del inhumano bloqueo a Cuba, que deje de catalogarlo como país patrocinador del terrorismo, que deje de respaldar al régimen fascista de Ucrania y al genocidio que se lleva a cabo en Palestina por parte de Israel.