MENSAJE CON OCASIÓN DEL 96 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DEL PARTIDO COMUNISTA DEL PERÚ – PATRIA ROJA
Estimadas amigas y amigos,
Queridos camaradas,
Nos reúne un acontecimiento importante en la vida del Partido: el 96 aniversario de su fundación, cuyo promotor, arquitecto y guía fue José Carlos Mariátegui. Él, refiriéndose a Amauta, su revista ya histórica, hizo una afirmación certera: “no había nacido para quedarse en episodio, sino para ser historia y para hacerla”.
Lo mismo podría afirmarse del partido político que dio nacimiento bajo su dirección el 7 de octubre de 1928, en casa del obrero Avelino Navarro. El Partido Comunista (en sus inicios por razones de manejo táctico con el nombre de Partido Socialista) no nació para ser episodio, para agotarse en la próxima jornada política o electoral, o para marchar detrás del movimiento espontáneo o de un caudillo de turno. Nacía para “ser historia y para hacerla” inscribiendo en su bandera una “sola, sencilla y grande palabra: Socialismo”. Conclusión que conserva total vigencia más allá del tiempo transcurrido, de los aciertos o errores acumulados en el camino.
Permanecer como protagonista político y social durante casi un siglo en condiciones nada cómodas ni sencillas, bajo el peso de la presión política e ideológica de los sectores conservadores, no ha sido fácil ni el camino seguido, llano. Desde sus orígenes el Partido Comunista debió enfrentar retos enormes, que no siempre supo entender o resolver satisfactoriamente. Su compromiso inalterable fue y será siempre con los trabajadores, con el pueblo, con los excluidos, por el cambio social y económico. En esta tarea, muchos de sus militantes fueron perseguidos, encarcelados o pagaron con su vida la lealtad a sus convicciones revolucionarias.
Nada grande se construye sin elevados ideales, sin voluntad indoblegable para llevar a cabo los objetivos trazados. La confusión o vacilación ideológica es la puerta que lleva a la derrota política y moral, al abandono de los ideales originarios.
Camaradas, amigas, amigos:
El mundo enfrenta tiempos de tormenta. Época de grandes cambios, de inestabilidad, conflicto y guerras. Lo que ayer parecía imposible, se hace realidad. La hegemonía unilateral de Estados Unidos y el Occidente capitalista está seriamente cuestionada. Está cambiando, aceleradamente, la correlación de fuerzas a escala global con el crecimiento cada vez mayor de los países en desarrollo, en cuyo núcleo se encuentran los BRICS. Hegemonismo o multilateralismo es la contradicción principal que moldeará el panorama internacional en los próximos años. En la actualidad, el 80 por ciento del crecimiento económico del mundo corre a cargo de los países en vías de desarrollo y de los mercados emergentes. Representan el 40 por ciento de la producción mundial, la defensa de la soberanía de los países y la no intervención, la cooperación en lugar de la confrontación, la paz en oposición a la guerra, la equidad y el beneficio mutuo entre países en lugar de sanciones económicas y otros instrumentos de chantaje y dominio.
Sólo así se explica la OTAN, su respaldo a los fascistas de Ucrania con el objetivo de destruir Rusia, el martirio palestino y el genocidio en Gaza, la utilización de Taiwan y una nueva Guerra Fría para contener a China, el bloqueo económico a Cuba y Venezuela, las sanciones impuestas para asfixiar países que consideran rebeldes. No son la democracia, los derechos humanos o la libertad lo que les interesa, sino preservar privilegios que consideran sagrados.
Condenamos los crímenes perpetrados por las autoridades de ocupación israelí contra el pueblo palestino, con respaldo de Estados Unidos y el Occidente Capitalista. Apoyamos el Estado Palestino independiente con Jerusalén Este como capital.
Otro mundo es posible y está en marcha. La multipolaridad es el signo de nuestro tiempo, que apoyamos sin concesiones.
Estos cambios en curso tienen ya un gran impacto en América Latina y el Caribe. No olvidar que somos la región más desigual del mundo. Si a ello sumamos el bajo crecimiento de la productividad e inversión, la insuficiencia de recursos humanos calificados en una época de grandes cambios tecnológicos y científicos, la desregulación laboral y precaria protección social, la destrucción del medio ambiente, el panorama es complejo pero superable. Los logros de los países con gobiernos progresistas, siendo importantes, aún son insuficientes.
América Latina necesita un cambio de rumbo de acuerdo con la singularidad de cada país. Necesitamos entender la importancia estratégica de la integración latinoamericana, hoy debilitada. Entender, también, que sólo la independencia y autodecisión, la unidad y un proyecto común puede facilitarnos salir de la trampa del atraso, de la pobreza y la inestabilidad
El Perú no es ajeno a esta realidad regional. Viejas herencias del pasado colonial permanecen y son trabas que impiden avanzar. El capitalismo criollo y su versión hegemónica actual, el neoliberalismo, se ha mostrado incapaz de terminar con esas lacras: patrimonialismo, racismo, exclusión, dependencia, centralismo, corrupción, intensificación del extractivismo, crecimiento y expansión de las economías criminales, entre otras, permanecen. Sus resultados están a la vista.
El proyecto neoliberal que se instaló con el fujimorismo y legitimó con la Constitución de 1993, está en crisis. El resultado es el Perú que tenemos: crisis del Estado neoliberal subsidiario del mercado, crisis de la política que ha devenido mercancía y arribismo sin bandera; descomposición moral; corrupción generalizada; violencia criminal que se extiende sin pausa. Es el Perú de “todo vale”, de la democracia escrita en el papel, pero olvidada en los hechos, del ciudadano sustituido por el consumidor, del individualismo rampante y el sicariato.
No es casualidad que en 7 años hayan pasado 6 gobiernos y, en menos de dos años, Pedro Castillo luciera 67 ministros. Ni es producto del infortunio que tengamos una presidenta responsable de 50 compatriotas muertos y copartícipe, con el Congreso de la vergüenza, del colapso moral, la incompetencia y el autoritarismo que padece el Perú de hoy. Qué certeras suenan las palabras de la doctora Marianella Ledesma, exmagistrada del Tribunal Constitucional: “Vivimos en una organización criminal y el brazo legal está dado por el Congreso”.
No sólo nos agobia la pobreza en expansión, el crecimiento de la criminalidad y la delincuencia, o la crisis de los partidos políticos y su fragmentación con ausencia absoluta de ideales, programa, organización. Preocupa también que millón y medio de jóvenes no estudien ni trabajen, que medio millón de profesionales emigren fuera del país, la mala calidad de la educación y la salud, el abandono en que vive un importante sector de la niñez o la desatención del adulto mayor.
Estimados camaradas, amigas, amigos:
Los problemas del Perú no son pequeños ni se resuelven con parches o buena intención, menos con promesas que nunca se cumplirán.
La exigencia de que “se vayan todos”, bandera de la jornada popular de fines de 2022, no sólo fue limitada y no alcanzó sus objetivos. En su lugar tenemos un gobierno y un Congreso empeñados en mantenerse hasta 2026 y una derecha comprometida en asegurar la continuidad del proyecto neoliberal y la Constitución de 1993, verdadera causa del desmadre autoritario, que viene con el fujimorismo. Para conseguir ese objetivo apelarán a todos los recursos a su alcance, comenzando por reformas en la Constitución que se ajuste a sus intereses y al control de los organismos del Estado en todo aquello que sirva a sus objetivos. En eso están. Han cruzado el Rubicón y no se detendrán si no encuentran un pueblo movilizado e insurgente que los detenga.
La fuerza de la derecha adicta al neoliberalismo y la corrupción no se asienta en su influencia política o en la confianza y respaldo ciudadanos. El rechazo al gobierno, al Congreso y a quienes los respaldan, es abrumador. Se apoya en el uso de la fuerza y el control desembozado del aparato del Estado, pero también en la debilidad de sus oponentes, en su desorganización y división, en la ausencia de una alternativa clara, viable, convincente, unificadora, con liderazgo, capaz de recuperar la confianza y el entusiasmo de una población descreída y abrumada, pero que está allí a la espera de la voz que le diga: “levántate y anda”.
Aquí radica el verdadero problema a resolver, más allá de candidaturas o aspiraciones personales a ocupar el sillón presidencial o asientos en el Congreso Nacional. Esta cuestión debería ser el punto de partida para determinar el qué hacer desde la izquierda, del movimiento popular y el progresismo. Por desgracia aún no lo es. La fragmentación y la prioridad de “lo mío primero” siempre ha sido el camino de la derrota.
Un ejemplo exitoso de convergencia fue el Paro Nacional de julio de 1977, que concentró el sentimiento nacional de repudio a la dictadura militar de entonces. Fue la calle que obligó al gobierno de Francisco Morales Bermúdez a convocar a elecciones generales y la Asamblea Constituyente que votó la Carta Magna de 1978. El camino de la insurgencia popular se legitima cuando la democracia es bastardeada y se impone una dictadura de hecho, así lo reconoce la constitución vigente que en su Artículo 46 señala: “Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador, ni a quienes asumen funciones públicas en violación de la Constitución y de las leyes. La población civil tiene el derecho de insurgencia en defensa del orden constitucional”.
No es que las elecciones hayan perdido importancia. Ocurre que la situación no es normal y no existen garantías de que el próximo proceso electoral sea transparente con una derecha abiertamente autoritaria que no oculta su desenfadado objetivo de permanecer más allá de 2026.
¿Qué hacer? ¿Cuál es la alternativa viable, desde el lado popular, progresista, de izquierda, al proyecto neoliberal que no sólo es económico sino también político, ideológico, cultural? Esta es la cuestión de fondo a resolver. A partir de allí será más fácil definir la salida táctica, que no se limita a que se “vayan todos”.
El Partido Comunista tiene una propuesta de cuatro ejes: EL NUEVO CURSO, que consiste en: primero, Nueva República; segundo, proyecto de país que la haga viable; tercero, nueva Constitución, pues la de 1993 es la base del proyecto neoliberal y del Estado subsidiario en crisis. Finalmente, un gobierno democrático, de justicia social y regeneración moral, como salida táctica en el período concreto.
Su viabilidad dependerá de la construcción de un gran consenso democrátic0 y popular en movimiento. No olvidemos la experiencia del gran Paro Nacional de julio de 1977, que obligó a la dictadura militar de entonces a convocar a elecciones generales y a la Constituyente de 1979. Pero hoy, hay que reconocer, las condiciones son otras. Es verdad que no tenemos gremios ni sindicatos o partidos populares fuertes, no contamos con un tejido social organizado, pero sí un pueblo indignado que ha comenzado a manifestarse.
En lo inmediato, la tarea es cerrarle el paso a la derecha más reaccionaria y corrupta, instalada en el gobierno central y el Congreso, incluyendo el cerronismo. Trabajar por la unidad política y social más amplia desde el lado popular, de izquierda y progresista, para recuperar los espacios democráticos destruidos, enfrentar la corrupción y la violencia criminal en expansión, promover el desarrollo y la estabilidad necesarios para asegurar mejores condiciones de vida y trabajo. Imposible en condiciones de fragmentación en que nos encontramos.
Apoyamos la lucha que vienen librando los transportistas, pequeños empresarios, sindicatos, mercados, mototaxistas, comedores populares y otras organizaciones contra el crimen organizado. Apoyamos también las luchas de diversas organizaciones que vienen peleando en todo el país por sus derechos: los pescadores que defienden el mar peruano, los pueblos indígenas que resisten al avance de las economías criminales y las industrias extractivas, las rondas campesinas que siguen luchando por cuidar sus territorios, los trabajadores de la agroexportación, el magisterio, la salud, que defienden sus derechos. Apostamos a la convergencia del movimiento social y el movimiento político de orientación democrática y popular. Estamos convencidos de que sólo un pueblo movilizado, organizado, unido en torno a un propósito común, puede parar y derrotar a la dictadura encabezada por el fujimorismo.
Un reto que asumimos, confirmado por la experiencia: para renovar el país requerimos, también, renovarnos los actores políticos y sociales. No se puede construir lo nuevo con instrumentos, métodos y conceptos políticos anticuados o corrompidos, sectarios o burocráticos.
Camaradas, amigas, amigos:
El Partido Comunista del Perú – Patria Roja se encuentra empeñado en una campaña interna de Reordenamiento y Rectificación. En la batalla por construir un partido influyente, revolucionario, de masas y cuadros, con estructura nacional y solidez ideológica y política, en la tradición mariateguista, que aún no lo somos. Necesitamos desprendernos de errores y desviaciones acumulados a lo largo de años, que explican muchos de los problemas que enfrentamos. Entre ellos: el espontaneismo, el formalismo, el sectarismo, el burocratismo. Desde luego que no es tarea fácil ni de rápida solución. Exige determinación y coraje político, “creación heroica” en palabras del Amauta. Pero tenemos que asumirlo con responsabilidad porque el Perú necesita contar con un partido marxista y socialista firme en sus fundamentos ideológicos y su programa, fuerte en su organización, influyente en su relación de masas, capaz y experimentado en la conducción política.
Nuestra bandera intransferible es el socialismo. Un socialismo que responda a nuestra realidad y nuestro tiempo como pensaba y quería José Carlos Mariátegui. Que gane la conciencia de los trabajadores, el respaldo consciente del pueblo. Pero esta tarea no se alcanza con desearlo. Exige elevados ideales, confianza en el pueblo, capacidad de entender el Perú y el mundo, determinación para vencer todo tipo de obstáculos, coraje para superar errores, honestidad y transparencia en sus actos.
Como partido revolucionario consecuente con lo dicho les debemos una explicación. Hablamos de unidad, y, sin embargo, hemos tenido recientemente una escisión interna. Ninguna división es buena ni nos alegra. Pero tenía que ocurrir y ha ocurrido. La causa profunda es ideológica y de programa. Es la resistencia de quienes han optado por negarse al reordenamiento y la rectificación para corregir errores acumulados y no resueltos, que subordinan la política revolucionaria al movimiento económico, los principios a ventajas transitorias, el ideal comunista a la apetencia y el ego personal. Tienen derecho a seguir haciendo política y a organizarse, pero no pretendan usurpar el nombre y emblema del partido que heredamos del Amauta Mariátegui.
Necesitamos recuperar tradiciones hermosas del Partido. Cuando surge el PCdelP-PR a fines de los 60s del siglo pasado éramos un contingente de jóvenes que soñaban con una revolución a las puertas. Pudimos desaparecer como tantos otros. En ese momento crítico nos salvó asumir con firmeza una consigna: “todo con las masas, nada sin ellas”. Y nos fuimos a las fábricas, minas, rondas campesinas, a la juventud, a los barrios pobres, a los sindicatos. Allí nos forjamos como revolucionarios, descubrimos las potencialidades del pueblo, encontramos respuestas a problemas antes no entendidos, reafirmamos nuestra fe en la causa que abrigábamos. Allí entendimos que el marxismo no sólo es pensamiento, es también acción, práctica que enriquece, a su vez, la teoría.
Camaradas, amigas, amigos:
Estamos por la unidad madura, responsable, seria, que coloca en el centro al Perú, al pueblo peruano. Necesitamos cerrar el ciclo de divisiones y fracturas interminables, del caudillismo como ejercicio primitivo de la política, del culto por la coyuntura y lo transitorio perdiendo de vista la totalidad del proceso político, económico, social, cultural.
Unidad significa plataforma básica de consenso, subordinar aspiraciones personales en aras de un propósito común, vencer la herencia sectaria y estrecha que arrastramos. Por eso se desintegró Izquierda Unida. Por eso somos suma de rótulos antes que una fuerza capaz de recuperar la confianza del pueblo. Es duro aceptarlo. Pero es la realidad.
De nuestra parte haremos todo lo que sea necesario para avanzar en esa dirección, ahora en carrera contra el tiempo.
Desde esta tribuna convocamos a trabajar en serio por la unidad más amplia que no se agote en la coyuntura o las próximas elecciones, que se plasme en la acción cotidiana y en la lucha junto al pueblo peruano. En la coyuntura, la consigna debería ser: un solo frente político, un solo programa, un solo candidato presidencial.
Con esa idea de unidad participamos en la inscripción del Partido de los Trabajadores y Emprendedores. Nuestros militantes, con esfuerzo y dedicación, fueron los garantes principales de ese objetivo. La pregunta que queda: ¿El PTE estará en capacidad de ser un abanderado en esta tarea? ¿Habrá nacido, una vez más, para desaparecer sin pena ni gloria abrumado por errores de sectarismo, estrechez de mira, apetencias personales? Este es un reto que nos corresponde asumir a quienes lo integramos.
Para alcanzar estos objetivos el PTE necesita organizarse en todo el país, y sus afiliados tener claridad de sus objetivos, derechos, programa, sistema organizado, así como una correcta práctica democrática. De acuerdo con sus documentos fundacionales, no se organiza para satisfacer apetencias personales o sectarias, ni reproducir prácticas propias de las organizaciones políticas de la derecha, no tolera “caudillismo ni mesianismos fundamentalistas”. Tiene como meta “refundar la república” tal como estable su Estatuto. Declara en su ideario: “devolverle a la política su verdadero sentido democrático, moral y justiciero.
Estas y muchas otras propuestas están contenidas en sus documentos fundacionales, que debemos esmerarnos en difundir y explicar. Si el PTE se propone ser un factor de renovación, deberá demostrarlo en los hechos. Convocamos a los camaradas a asumir esta tarea con responsabilidad y firmeza, con espíritu abierto a las nuevas generaciones y nuevos contingentes que aspiran, como nosotros, abrir un nuevo ciclo en la historia patria.
La otra gran batalla planteada es la batalla de ideas. La asumimos con convicción, ante la ofensiva ideológica que está desplegando la ultraderecha y el neofascismo en el mundo y en el Perú. La lucha ideológica y programática es una tarea de primer orden, y debemos volcarnos a ella desde los espacios tradicionales, como es la prensa escrita, radial o televisiva, pero también debemos intensificar nuestra formación y capacidad de debate y propuesta en las redes sociales, y todos los medios que tengamos a nuestro alcance. En esta tara debe volcarse el partido, a ser una escuela permanente de formación teórica para construir una contrahegemonía cultural y de ideas.
Quisiéramos terminar este mensaje con unas palabras de José Carlos Mariátegui, necesarias para el momento crucial en que nos encontramos: “Las masas reclaman la unidad. Las masas quieren fe. Y, por eso, su alma rechaza la voz corrosiva, disolvente, pesimista de los que niegan y de los que dudan, y busca la voz optimista, cordial, juvenil y fecunda de los que afirman y de los que creen”.