Carta comunista III
Alberto Moreno Rojas
Una característica de la izquierda peruana es su fragmentación que parece interminable. Los comunistas, que se supone nutridos por una ideología que se funda en la realidad y objetividad en la valoración de los hechos y las cosas, contraviniendo el legado de José Carlos Mariátegui no escapamos a esta suerte de maldición que impide construir una alternativa popular y socialista que aglutine amplios sectores del pueblo trabajador.
Izquierda Unida, su mejor oportunidad, se autodestruyó, entregándole todas las ventajas a la derecha más conservadora, cuyas consecuencias la estamos pagando hasta el presente. El proyecto de unidad de los comunistas peruanos, que se intentó en un momento, terminó en el olvido perdiendo una nueva oportunidad para dotar a los trabajadores de una vanguardia política unida, capaz, coherente con su prédica. Los resultados están a la vista: la marginalidad cuando pudo ser otro el escenario.
La crisis de la izquierda peruana no surge ayer. Viene de atrás. Es una crisis de dirección y de alternativa de la que tampoco somos ajenos los comunistas. Se puede ver fácilmente en su pérdida creciente de influencia en las organizaciones populares, en la reducción constante de su ascendiente político o el debilitamiento de sus estructuras orgánicas. Pero, sobre todo, en su arrinconamiento ideológico, perdiendo de vista que “el hombre no puede marchar sin una fe, porque no tener una fe es no tener una meta…(es) patinar sobre el mismo sitio”1 Por último, en su incapacidad para construir una alternativa unida, viable y creíble que confronte con éxito al proyecto neoliberal en crisis y sus representantes políticos en el Poder.
Los problemas que enfrenta el Partido en estos momentos afectan seriamente su unidad. Lo penoso de la situación es que, de parte de quienes ofician de críticos, no hay de por medio un debate serio, marxista, fundado en principios, temas de programa, de estrategia o táctica, de construcción del Partido, de cómo encauzar el Reordenamiento rectificando errores y desviaciones detectados para sacar al Partido de su situación de estancamiento.
De lo cual se puede colegir que en cierto sector de camaradas lo que importa son intereses particulares, consiguientemente una clara resistencia u oposición al Reordenamiento, de tal manera que las cosas sigan como están. Es decir, cada vez más hundidos en el charco del reformismo, del sindicalerismo como bandera, de la dinámica que impone la coyuntura o del acomodamiento pragmático a la situación.
La unidad que necesita el Partido no es, pues, abstracta, sentimental o farisaica. No es una unidad para contentarnos con el “control” de sindicatos o acceder a un espacio público. Sólo puede ser una unidad que recupere su herencia fundacional, su compromiso por el cambio social, su construcción conforme con la línea de masas hoy olvidada. Unidad sustentada en el marxismo leninismo y en el pensamiento de Mariátegui.
En suma, un Partido capaz de renovarse en su línea de mando forjando nuevos contingentes de cuadros, incorporando nuevos militantes, colocándose a la cabeza de la lucha del pueblo trabajador.
Con mayor razón, necesitamos construir un partido unido en torno de sus principios, programa, estrategia y táctica; con una estructura orgánica e institucionalidad fortalecidas; cada vez más cerca del pueblo dejando atrás estilos sectarios y burocráticos.
Todo cambio o rectificación significa lucha. “Creación heroica”. Ruptura con lo envejecido, apertura a lo nuevo, mirada grande, de alcance estratégico. En suma: cerrar un ciclo para abrir otro. Por lo tanto, una nueva unidad en correspondencia con las nuevas exigencias de la lucha de clases.
Hoy, la batalla por la unidad del Partido pasa por la lucha franca, honesta, consecuente, para llevar adelante, sin vacilaciones, el Reordenamiento, poniendo la política del nuevo curso y el socialismo en el centro de su actividad, recuperando el estilo de trabajo de “todo con las masas, nada sin ellas”, avanzando en la tarea de convertirnos, paso a paso, pero con firmeza, en el partido revolucionario de masas que nos plantea el IX Congreso.
- J.C. Mariátegui. “El artista y la época”, Pág. 19.